

Las casas no disponían de agua corriente y era necesario acarrearla desde el Pilar, una fuente pública situada en el centro del pueblo que tenía dos caños más grandes y otros dos más pequeños. Allí las mujeres llenaban los cántaros. El agua sobrante abastecía un largo pilón donde abrevaban las bestias cada vez que volvían del campo.

El agua procedía de un manantial subterráneo y su cantidad fluctuaba, según el régimen de lluvias del año. Los inviernos muy lluviosos el agua afloraba por un aliviadero situado frente al Pilar al que llamaban caño Marcelo.

Los veranos secos el caudal del Pilar disminuía y provocaba largas colas de cántaros esperando turno para llenarlos. Las encargadas de acarrear el agua a las casas eran las muchachas jóvenes que portaban hasta dos cántaros, uno al cuadril y otro en la otra mano, como buenamente podían. El Pilar era el punto de reunión e información de todo lo que ocurría en el pueblo y también el lugar de encuentro entre las chicas y los mozos que llevaban las bestias al abrevadero. Allí se forjaron muchas historias de amores y celos.

Quienes disponían de animales de carga como un burro o una mula, llevaban los cántaros en aguaderas de esparto y podían traer el agua desde más lejos, bien desde el pozo de la Salamanca, a las afueras del pueblo, o de la fuente de la Zarza, situada a cuatro kilómetros que manaba constantemente.
Este agua era la necesaria para beber y para la comida, luego se utilizaba agua de los pozos que existían en algunas casas y que abastecían a las casas vecinas para fregar los suelos, los cacharros o incluso para lavar la ropa o lavarse la cara y los pies. En esa época no existían baños y diariamente sólo se lavaban la cara, las manos y los pies. Los sábados se lavaban algo más a fondo las partes íntimas y se cambiaban de ropa, pero nunca un baño o una ducha.

Según recuerda Antonio, la conducción de agua a las casas no llegó al pueblo hasta después de los años cincuenta y no a todas ellas, gracias a una conexión con la acometida de Almendralejo que, a su vez, la traía de las cercanías del pueblo de Feria.

Ya en esa época, dada la escasez del caudal que llegaba que no garantizaba el permanente fluido del agua, las familias empezaron a construir aljibes en los patios y el antiguo aguador del borrico fue sustituido por el tractor con una gran cuba que traía el agua de una huerta, La Cerca, que manaba constantemente, y que había sido comprada por Fernando, el marido de la tía Juana, pariente de Soledad, mujer de Antonio, y que hizo una gran fortuna entre el negocio del agua y el cultivo de la Huerta, que abastecía el mercado de Almendralejo diariamente.
Antonio apura el vaso de agua y se pregunta cómo viviría la población hoy si tuviera que soportar una semana sin salir agua del grifo