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domingo, 31 de mayo de 2009

La factoría de Antonio

En el último es Antonio ha batido el récord de fabricación en su "factoría". Y no está aquí el total porque el régimen de "pedidos" se ha mantenido muy alto a pesar de la crisis.
Su cuerpo le ha dicho en los últimos días que disminuya progresivamente la producción dado que los días de sol agradables invitan a respirar aire limpio en la calle.

martes, 3 de marzo de 2009

Las camas

Antonio recuerda que, cuando era joven, vivían en una casa pequeña de tres habitaciones sus padres y los cinco hijos: dos chicos y tres chicas, y que dormían juntos, él con su hermano, sus dos hermanas mayores en otra cama y la pequeña en la cuna en la habitación de sus padres, hasta que la hija mayor se casó y pasó a dormir con la otra hermana.

Había familias que vivían aún más apretados, hasta cuatro, dos en la cabecera y otros dos en los pies, en una cama grande. Y no había conflictos entre hermanos más allá de los habituales. Pero como no había otra opción se aceptaba con total normalidad.
Hoy Antonio comprueba cómo los hermanos ya no soportan por supuesto compartir cama, ni siquiera habitación a pesar de las posibilidades que ofrece la vida de hoy.
El colchón podía ser de hojas de mazorcas de maíz, que había que cambiar cada uno o cada dos años, y que tenía cada palo que se clavaba en la espalda y hacía renegar de la vida; pero como el sueño y el cansancio eran grandes, rápidamente olvidaban los inconvenientes. Luego llegaron los colchones de borra, que era como una lana falsa de restos de tejidos con los que se fabricaba la ropa. Las mejores camas tenían lana auténtica que había que varear todos los años para hacerla más esponjosa.

Más tarde llegaría el invento de la goma espuma: los primeros colchones estaban rellenos de trozos, excedentes de las fábricas de planchas de goma espuma y ya, el sumum del placer fue la llegada a casa de una auténtica plancha de goma espuma sin arrugas, que permitía hacer la cama rápidamente, no tenía gorullos y hacía unas camas "preciosas".

Aviones II

Antonio ha encontrado en el mundo de los aviones un tema interesante y ahora se ha pasado a los aviones supersónicos: el Concorde, o al menos lo más parecido a él.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Aviones

La actividad última de Antonio se ha desatado. Se siente bien y su cabeza no para de trabajar para construir nuevas figuras. Recientemente pensó en los aviones, esas máquinas gigantescas que surcan el cielo sostenidas por quién sabe qué en el aire. Quizás sea porque su nieto Francisco estudia aeronáutica, el caso es que ha dedicado unas semanas a construir aviones.

Antonio nunca ha subido a un avión y, según sus declaraciones, no ha tenido interés por saber qué se siente volando. Es hombre de tierra, apegado al suelo, y sus deseos jamás han ido por el camino de transgedir las leyes de la naturaleza: el volar es de los pájaros; los seres humanos somos de andar o montar en algo que siempre esté en contacto con la tierra (burro, carro, coche, tren, bicicleta o moto).
Cuando se le pregunta cuándo vio por primera vez aviones vuelve a su fuente fundamental de información: la mili. Según sus recuerdos vio a los aviones americanos de la base de Torrejón de Ardoz, situada en las inmediaciones de los campos de entrenamiento a los que su regimiento de caballería acudía diariamente, entre Alcalá de Henares y el pueblo de Torrejón. Los recuerdos se confunden en su mente: en esa época, 1945, se construían allí la Base Militar de Automovilismo y el centro experimental del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial, creado en 1942. Sería más tarde, en 1955,cuando se instaló la Base Aérea Norteamericana, en virtud de los acuerdos de Franco con los EEUU. En 1992 los estadounidenses se retiraron y desde entonces la base está bajo control del Ministerio de Defensa español.

Pero sí vio los aviones comerciales más cerca en Barajas, en junio de 1973, cuando acompañó a su hija que marchaba a Alemania para trabajar durante el verano en una fábrica de cosechadoras con el fin de ganar un dinero que le permitiera seguir sus estudios. La emoción del momento no le permitió observar la maravilla de la técnica que permite burlarse de las leyes de la gravedad para elevar por los cielos máquinas tan pesadas y acortar las distancias hasta límites insospechados.

Mucho más tarde, en Sevilla, sí pudo deleitarse en la contemplación de estos gigantes en los años 90 cuando visitaron el nuevo aeropuerto de San Pablo construido para la Expo del 92.
Estos días ha querido dedicárselos a los aviones primitivos.

miércoles, 7 de enero de 2009

El aguador

Antonio entra en la cocina y abre el grifo para llenar un vaso de agua. Al instante el agua fluye, limpia, fresca y abundante sin freno. El vaso se llena y mientras lo lleva a los labios, su recuerdo se activa y salta a su adolescencia y juventud allá en la calle de Santa Marta en su pueblo Aceuchal.
Casa natal de Antonio en la calle de Santa Marta
Las casas no disponían de agua corriente y era necesario acarrearla desde el Pilar, una fuente pública situada en el centro del pueblo que tenía dos caños más grandes y otros dos más pequeños. Allí las mujeres llenaban los cántaros. El agua sobrante abastecía un largo pilón donde abrevaban las bestias cada vez que volvían del campo.
Antiguo Pilar
El agua procedía de un manantial subterráneo y su cantidad fluctuaba, según el régimen de lluvias del año. Los inviernos muy lluviosos el agua afloraba por un aliviadero situado frente al Pilar al que llamaban caño Marcelo.
El agua se almacenaba en unas cantareras situadas, normalmente, en la cocina junto a una tinaja de barro más grande con una taza de latón para sacar el agua necesaria para la comida.
Los veranos secos el caudal del Pilar disminuía y provocaba largas colas de cántaros esperando turno para llenarlos. Las encargadas de acarrear el agua a las casas eran las muchachas jóvenes que portaban hasta dos cántaros, uno al cuadril y otro en la otra mano, como buenamente podían. El Pilar era el punto de reunión e información de todo lo que ocurría en el pueblo y también el lugar de encuentro entre las chicas y los mozos que llevaban las bestias al abrevadero. Allí se forjaron muchas historias de amores y celos.
Fuente de la Zarza
Quienes disponían de animales de carga como un burro o una mula, llevaban los cántaros en aguaderas de esparto y podían traer el agua desde más lejos, bien desde el pozo de la Salamanca, a las afueras del pueblo, o de la fuente de la Zarza, situada a cuatro kilómetros que manaba constantemente.
Este agua era la necesaria para beber y para la comida, luego se utilizaba agua de los pozos que existían en algunas casas y que abastecían a las casas vecinas para fregar los suelos, los cacharros o incluso para lavar la ropa o lavarse la cara y los pies. En esa época no existían baños y diariamente sólo se lavaban la cara, las manos y los pies. Los sábados se lavaban algo más a fondo las partes íntimas y se cambiaban de ropa, pero nunca un baño o una ducha.
A veces, en verano, los mozos se iban el domingo a la Ribera, un río que pasaba cerca y al que las mujeres iban a lavar la ropa cada semana, y allí se bañaban, pero eran excepciones. La falta de agua y de posibilidad de transportarla propició la aparición del aguador, hombre que iba por las calles con su borrico cargado de cuatro cántaros y que vendía la carga por las calles a quien se la encargaba. Uno de ellos fue "Cobertones", hombre de poco ingenio, vecino de Antonio.
Según recuerda Antonio, la conducción de agua a las casas no llegó al pueblo hasta después de los años cincuenta y no a todas ellas, gracias a una conexión con la acometida de Almendralejo que, a su vez, la traía de las cercanías del pueblo de Feria.
Pilar actual, hoy fuente decorativa, en recuerdo del antiguo

Ya en esa época, dada la escasez del caudal que llegaba que no garantizaba el permanente fluido del agua, las familias empezaron a construir aljibes en los patios y el antiguo aguador del borrico fue sustituido por el tractor con una gran cuba que traía el agua de una huerta, La Cerca, que manaba constantemente, y que había sido comprada por Fernando, el marido de la tía Juana, pariente de Soledad, mujer de Antonio, y que hizo una gran fortuna entre el negocio del agua y el cultivo de la Huerta, que abastecía el mercado de Almendralejo diariamente.

Antonio apura el vaso de agua y se pregunta cómo viviría la población hoy si tuviera que soportar una semana sin salir agua del grifo